miércoles, 9 de enero de 2008

ardidez

La bruma apareció en el callejón de su intestino muy cercano a la costilla inferior con una fractura imperceptible. Un líquido en el interior del cuerpo recorría su camino. La baba de su capa abdominal cubría a unos seres microscópicos. Ellos sufrían por los medicinas generaban acides en el cordón umbilical.
Los ácidos estomacales planeaban una revolución en contra del sistema digestivo —los antibióticos morirán —decían los ácidos —se extinguirá su movimiento en le reinado del acido —pensaban los seres parasitarios. Los cuales siempre había creído que el ambiente donde se generaron era una sociedad anárquica no una comunidad hostil que planeaba atacar a su comandante, el cuerpo humano.
Los seres microscópicos tenían un cuerpo amorfo capaz cambiar su tejido tal como una nube. Podían transformarse en sangre, en algún fluido amigo para los ácidos estomacales. Que se introdujeron en las venas y en los músculos de la pared intestinal para evitar la guerra entre los ácidos y los antibióticos —ojala no desaparezcamos pensaron los ácidos.
El primero en dar un golpe bajo en los vasos sanguinos fueron los antibióticos, se diluyeron en todos los tejidos cuarteando la estructura, provocando heridos —sangre, sustancia negra casi como el carbón —gritaron los ácidos. La pared estomacal se desvaneció como una vela en la misma suavidad de los músculos.
Los ácidos perecieron en la blancura de la medicinas en su sabor amargo, como una taza de insalubridad. El estomago quedo como un Cristo roto y rojo en la pared donde los parásitos siguieron creciendo, sin ácidos ni antibióticos.

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